Matando moscas con el rabo

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«Cómo conocí a Ariadna»


Martín estaba como catatónico,sentado en la parte trasera del coche y cubierto de sangre.

Teniendo 9 años se supone que un día en el parque acuático tenía que ser la caña…pues ese no fue el caso. Recién había llegado por la mañana con su madre y su hermanita del alma. Esperaron una larga cola para comprar las malditas entradas, buscaron un sitio entre la zona de las piscinas infantiles y los chiringuitos.

Justo después de darse el primer baño, mientras esperaba las primeras olas de la piscina de olas…le entró un apretón. Pero no un apretón de decir «Uy, que me voy», sino de esos de «¡Coño, que me cago!». Tras soltar el primer zurullo, no podía parar, lo pasó fatal y además, cada vez que escuchaba la puerta del baño abrirse, se aguantaba porque no quería que nadie lo escuchara tirándose un pedo (por mucho que supiera que la gente no tiene visión de mutante X para ver a través de la puertecita del baño)

Los gritos en el exterior del baño comenzaron a hacer eco dentro del mismo. Cada vez más y Martín no podía parar de cagar. Lo peor fue cuando alguien abrió la puerta principal del servicio y en lugar de hablar (mear o lavarse las manos…) produjo unos ruidos espantosos. Martín se comenzó a limpiar a conciencia, pues se le cortaron las ganas de cualquier otra cosa. Se subió el bañador. se agachó y miró bajo la puerta del WC.

Vio unos pies que se arrastraban lentamente, dejando un reguero de sangre por el suelo que pisaba…era un hombre de treinta y pocos. Se miraba al espejo con media mandíbula colgando y un mordisco en el hombro derecho. Solo llevaba un bañador slip azul. Martín quedó estupefacto en ese momento y tuvo que contener un grito. Ese tio era un zombi.

¡Un zombi!- pensó el niño y su sonrisa se ensanchó dando más miedo que la de el Joker de Ledger. Le pareció asqueroso ver a ese tío arrancarse la mandíbula y golpear con ella su reflejo en el espejo, pero no pudo evitar recordar esos videojuegos de supervivencia ante holocaustos o virus zombis que tan bien se le daban. Por supuesto que también le emocionó el encuentro con ese muerto viviente porque su padre era un fan confeso de ese tipo de películas…miles de formas de matar a un zombi. Suponía que iba a ser divertido, pero no tanto.

Se tumbó bocabajo, arrastrándose hacia la salida, empujó la puerta y ante el se presentó un caos mortal. Los visitantes del parque gritaban, corrían, se escondían y se devoraban entre ellos. Le costó unos segundos más asimilar que aquello estaba sucediendo realmente. No quiso ni pensar en su madre y su hermana, seguro que estaban bien…se dejó llevar por la adrenalina como en las misiones de esos juegos.

El chillido de una chica fue lo que le hizo reaccionar.  Esta estaba subida a un árbol no muy estable y a sus pies le esperaban una docena de zombi-fans deseosos de abrir su mente.  Martín echó un vistazo a su alrededor y vio que la caseta del jardinero estaba cerca (con la puerta entornada)

La chica del árbol- que más tarde se presentó como Ariadna- quedó boquiabierta cuando vio al retaco de niño correr hacia los zombis con una manguera y haciéndola girar como si fuese un vaquero del mejor Western. Sólo que incluía la sutil diferencia de llevar unas tijeras de podar abiertas atadas en el extremo que lanzaba…así fue como cortó las cabezas de esos monstruos que deseaban comerse a la quinceañera Ariadna. Ella bajó de un salto y corrió con Martín hacia la caseta del jardinero.

Una media hora más tarde habían confeccionado un plan un poco chapucero, pero igualmente válido debido a las circunstancias. ¿Qué podrían haber hecho unos niños contra una horda zombi?

Martín salió corriendo de la caseta con una bolsa goteante y gritando a través de un megáfono.

– ¡Vamos zombis estúpidos! ¡Venid a por mí! ¡Soy un menú escurridizo!- había cientos y todos parecieron responderle al unísono. Lo siguieron y el comenzó a subir las escaleras en zigzag para llegar al tobogán más alto del parque. No dejaba de gritar por el micrófono e insultar, pero todo eso formaba parte del plan para distraerlos y no ver que Ariadna se acercaba a la piscina con una carretilla, portando garrafas de gasolina (para el cortacésped)

Una vez arriba del todo, Martín intentó taponar un poco el acceso a la boca del tobogán con unos cuantos donuts hinchables. El problema es que eran muchos los zombis que le habían seguido y acabarían con esa penosa barrera en un abrir y cerrar de boca. Escuchó el silbido de Ariadna, cerró los ojos y se relajó. Era la señal acordada para indicar que todo estaba listo. Cogió un donut gigante, lo colocó y se tiró encima para lanzarse por el agujero.

– Yaaaaaaaaaaa!- gritó Martín, Ariadna prendió fuego con un mechero el rastro que había dejado el niño con la bolsa llena de gasolina.

Mientras que los primeros zombis ardían, ella corrió hacia la piscina nuevamente. Vio como Martín llegaba al agua subido en el donut y una veintena de zombis cayendo tras el. Estaban haciendo demasiado ruido y otros zombis se acercaban a la fiesta.

– ¡Martín! ¡Por tu madre! Tírate al agua y nada hacia aquí lo más rápido que puedas. ¡Cómo no lo hagas, me largo!

El niño pensó primero en lo hijaputa que era Ariadna, pero prefirió hacerle caso sin mirar lo que tenía detrás. Nadó dando enormes brazadas (para lo joven que es) y moviendo las piernas a un ritmo frenético. Esta lo sacó de la piscina lo más rápido posible en cuanto se acercó al borde y prendió fuego al agua. La piscina se convirtió en un lago ardiente de fuego. La torre llena de toboganes también estaba en llamas y los zombis se lanzaban al vacío de otra muerte.

 Ambos comenzaron a correr hacia la salida. Esquivaron a un montón de esas criaturas asquerosamente muertas. Martín no pudo resistirse a arrancar una papelera de una patada y reventar la cabeza de uno que se interpuso en su camino. Ariadna prefirió no pensar en el niño loco…quería largarse de allí cuanto antes.

En la salida había un cartel enorme que decía Gracias por venir y vuelva a chapotear con nosotros, en varios idiomas. 

Fuera en el parking había algunos zombis sueltos, pero lo importante es que el coche de su madre estaba ahí. Se acercó sigilosamente con Ariadna siguiéndole los pasos y suspiró al ver a su madre acurrucada dentro mientras abrazaba a su hermana Nerea. Tocó el cristal y vio como los zombis se dirigieron a ellos a toda velocidad- ¿qué eran diez después de haberte deshecho de doscientos? Su madre abrió la puerta. Tocaba a su hijo sin parar. No podía creer que estuviese vivo, pero de alguna manera lo supo (por eso no se fue del aparcamiento) Dejó entrar también a la muchacha, se incorporó y arrancó el vehículo echando marcha atrás y atropellando a tres zombis. No fueron resaltos en el camino los que hicieron que el coche pegara botes…eran las cabezas de los zombis siendo aplastadas como sandías. Ahí acabó lo divertido.

 Veinte minutos después, Martín estaba que no se creía haber pasado por todo lo anterior para sobrevivir. Su madre se paró en el arcén de la autovía que iba hacia Granada. No dejaba de preguntarle cómo había conseguido salir y decir lo orgullosa que estaba de su hijo. Nerea despertó de su siesta, le arrancó la yugular a su madre de un mordisco y la sangre salpicó por todo el interior del vehículo. Martín acabó bañado en ese líquido rojizo. Como acto reflejo ante el miedo, Ariadna desnucó a la chiquilla en un santiamén.

– Lo siento. -Dijo ella mientras sus dientes le castañeaban. Su cara estaba también impregnada de sangre.- ¿Y ahora qué hacemos?

Por eso decía que Martín estaba cubierto de sangre y catatónico. Fue el momento en el que realmente se dio cuenta que aquello no era como un juego, ni como una película y que solo le había acompañado la suerte por un rato. ¿Qué más peligros les podían deparar por el camino?

FIN

Escrito por Luis M. Sabio


«CHECK-IN DEMON» (II)


))ENJOY YOUR STAY((

Edu estaba colocando los tickets de las consumiciones del día en sus respectivos casilleros (el mueble estaba a espaldas del mostrador) mientras realizaba el cierre de departamentos en el programa. Parecía tener puesto el modo automático y al escuchar abrirse la puerta principal, se dio la vuelta. Se trataba de Emiliano, el vigilante de seguridad, que como cada noche llegaba unos diez minutos antes a su puesto de trabajo. Era un hombre robusto, alto, fuerte y siempre llevaba su gorra azul marina con la bandera española en un lateral de la visera. Se acercó al mostrador de recepción y ambos se dieron un apretón de manos a modo de saludo.

– Buenas noches, Emiliano.- dijo Edu.

– Buenas noches, hombre. ¿Cómo estamos?

– Ya sabes. No me puedo quejar. Al menos estoy trabajando todavía. En dos días se acaba el chollo porque cierran el hotel por temporada hasta el año que viene y aún no se sabe cuando exactamente.

– Pues ya sabes. Ahora toca echar currículums por todos lados como un loco a ver si tienes suerte. ¿Cuántas habitaciones quedan ocupadas esta noche? Dame las llaves, que voy a hacer la primera ronda.

Edu abrió un cajón y le puso las llaves encima del mostrador.

– Hay siete habitaciones ocupadas en la tercera planta. La primera y la segunda planta ya están desmontadas completamente. A ver si cuando vuelvas de tu ronda te acuerdas de mi y me traes un cafelillo de esos buenos que tu sabes. Así te preparo la contraportada del «As»- y sonrió. En la última página de ese periódico deportivo, aparece siempre una chica sexy.

Emiliano asintió, se rió y cogió las llaves para dirigirse al restaurante para empezar a comprobar si las ventanas y puertas estaban bien cerradas por parte del personal. Edu lo vio desaparecer tras la esquina del ascensor y se dispuso a ordenar los listados que se habían impreso durante el cierre de departamentos. Sonrió para sí, recordando cuantas noches de charlas y risas habían pasado juntos en el último año.

– VEEEEN, VEEEEEN…

Esos susurros sobresaltaron a Edu y se puso a mirar en todas direcciones tan rápido que sus gafas estuvieron a punto de caerse. Se las volvió a colocar.

– ¿Hola? Buenas noches…¿Emiliano, eres tú?

– VEEEEN….

Edu giró sobre sí mismo porque  sintió que el sonido había provenido de atrás… o de arriba. No estaba seguro, pero aquello no le gustó en absoluto. Alguien lo estaba llamando y el sabía perfectamente a dónde quería que fuese. Tendría que bajar al Spa. Hacía mucho tiempo que no le ocurría nada parecido, pero la llamada era tan intensa que sentía la obligación de acudir. Cerró el cajón del dinero bajo llave y la escondió. Cogió una de las linternas, las llaves maestras, que guardó en su bolsillo, y en su móvil marcó el número de Emiliano para avisarle de que iba a abandonar la recepción un momento.

– Sin cobertura…vaya.

En la parte trasera de un folio usado, escribió una nota para el vigilante, lo dejó encima del mostrador, bloqueó las puertas principales y se dirigió hacia el pasillo que le llevaría hasta el Spa Azahar, que se encontraba en el sótano de las instalaciones del hotel. Al llegar al final, abrió la puerta para entrar a otro hall no tan espacioso como el de la entrada al establecimiento con esas grandes lámparas de hierro forjado y apariencia antigua, pero su estilo andaluz con suelos de mármol y losas de cerámica decoradas con cenefas arabescas invitaban a sentarse en los sillones de tres y dos plazas, con una mesa de mimbre y cristal en el centro. Leer una buena novela allí sería una buena idea, pero en aquel momento a Edu le urgía otro asunto.

check in demon gif

Miró a su derecha, avanzando y miró hacia las escaleras que bajaban hasta el Spa. Se asomó al pasillo del fondo, donde estaban las suites de la planta baja.  Se extrañó de que el detector de movimiento no activara todas las luces del pasillo…sólo lo hicieron las del fondo que iluminaban la enorme cristalera, desde la cual se podía ver la piscina tematizada y los jacuzzis del Spa. Decidió no seguir avanzando y encendiendo la linterna, comenzó a bajar los escalones.  Normalmente cuando había acudido allí en otras ocasiones, le invadían olores aromáticos de distintas flores, pero en aquella ocasión el tufo a excrementos le hicieron encorvarse por las arcadas. Se relajó y pensó que sería un problema de las tuberías. Iluminó el pequeño mostrador del centro y sacó las llaves de su bolsillo.

– VEEEEN, VEEEEN….ENTRA, NO TENGAS MIEDO…

Esta vez la voz la había escuchado más nítida y cerca. Distinguió que era femenina…y que era más de una a la vez. A pesar de que sus vellos se erizaran, sintió la necesidad de desprenderse de la duda de quién podía estar dentro del Spa Azahar cuando sus puertas son cerradas a las 21:30hrs. Encontró la llave exacta e iluminando la cerradura, la introdujo y giró, cediendo esta fácilmente. A la entrada, la oscuridad era casi absoluta, salvo la zona de la piscina que estaba al fondo bañada bajo la luz de la luna. Los reflejos del agua salpicaban el techo y las paredes. Las sombras bailaban por donde apuntaba con su linterna. Se quitó los zapatos y los dejó a un lado al recordar las normas de higiene.

Unas risas femeninas y un chapoteo le llamaron la atención. Edu sacó su móvil e intentó marcar nuevamente el número de Emiliano. Algo extraño estaba pasando y tenía que informarle…pero el aparato no estaba por la labor de trabajar. Las voces comenzaron a entonar una canción que le resultó familiar. Eran tan bellas esas voces que siguió avanzando, dejando atrás la sala de relax, la gruta del hielo, las salas para masajes y saunas de diversa índole (finlandesa, eucalypto, etc..)

Entonces las vió. Dos chicas jóvenes retozando desnudas en uno de los jacuzzis, mientras cantaban. Detuvieron su cante y mirando a Edu directamente, una de ellas jugó con un pezón de la otra, recorriendo con su lengua toda la aureola hasta lamer su cuello, su boca y su oído izquierdo. El chico se quedó pasmado y no pudo evitar sufrir una erección.

– ACÉRCATE…VEN A JUGAR CON NOSOTRAS…TE VA A GUSTAR.- Sus manos desaparecieron bajo el agua que por la reacción de placer de la otra, supo que estaba acariciando su sexo con movimientos circulares.

Dejándose llevar y aunque le pareció una situación muy extraña, se acercó a paso lento, casi arrastrando los pies y la chica que disfrutaba de un orgasmo pleno no le quitaba esos ojos verdes y profundos de encima. Le faltaban pocos pasos para llegar al filo del jacuzzi…

– ¡Nein!

Ese grito de mujer tras de sí, le sacó de su ensimismamiento. Edu miró y apuntó con su linterna en su dirección mientras retrocedía unos pasos. Distinguió a dos personas mayores que se acercaban cada vez más, gritando «No» en alemán. Volvió la vista al jacuzzi y las miradas felinas de ambas chicas desaparecieron para mostrar el mayor odio en ellas. Más bien como la que mantiene un cazador con su presa. Una de esas despampanantes chicas sacó sus tentáculos del jacuzzi y atrapó a Edu por un pie. Al primer segundo no supo como reaccionar al estamparse contra el suelo y perder sus gafas, pero empezó a golpear el tentáculo de la horrible bestia en la que se había convertido la hermosa chica con su linterna.

– ERES NUESTRO!!- gritaban esas cosas a la vez. La otra empezó a salir también del jacuzzi, arrastrándose con su cola de escorpión y su pinza gigante de cangrejo que tenía por brazo izquierdo. Edu mordió ese tentáculo que le supo a rayos y agua podrida. La bestia gritó, pero lo agarró con más fuerza de la pierna y tiró de el para arrastrarlo al jacuzzi, ahora envuelto en llamas. El no cesó en su intento de desprenderse del tentáculo a golpe de linterna. Su vida dependía de ello.

– ¡Socorro!- gritaba justo en el momento que un anciano golpeó el hocico de la bestia que lo tenía atrapado con un extintor y lo soltó. Edu se escabulló reptando un buen tramo para toparse con los zapatos de  una mujer. Levantó la vista y la reconoció. Era la señora Heike Kämpfer, huésped repetitiva de otros años y que se alojaba con su marido Thomas en la suite 1306. Su rostro lleno de arrugas se acercó al chico para ofrecerle una mano para ayudarlo a levantarse y otra para devolverle sus gafas, que milagrosamente no se habían roto, pues solo se le había torcido una de las patillas.

– Jetzt müssen wir rennen.- le dijo que ahora tenían que correr y el no dudó en ponerse en pie con una ligera cojera. Ambos avanzaron hacia la salida del Spa, huyendo de unos gritos espantosos. Ambos se voltearon una última vez…

– Thomas!! Mein Schatz!!- gritó Heike a su marido con una angustia inusual. Cuando Edu lo vio, la entendió y es que la bestia con la pinza de cangrejo seccionó al hombre en dos a la altura del torso, no sin antes haberle clavado su enorme aguijón en la nuca. El hombre podía ser mayor, tener una constitución fuerte, pero ante eso evidentemente no pudo hacer nada. Edu tuvo que retener a Heike de que acudiese en su ayuda ( más que nada porque sufriría un final parecido) Pudo sacarla de allí y cerrar la puerta bajo llave mientras la bestia de los tentáculos se acercaba a rastras, gritando y riendo. La puerta fue golpeada duramente y la abolló de forma amorfa. Heike y Edu echaron unos pasos atrás y aunque ella parecía estar a punto de sufrir un desmayo por ver como habían destrozado a su Tesoro, subió los escalones junto al recepcionista. Dejaron de escuchar esos malditos golpes en la puerta y en el hall, Heike se derrumbó en un sofá para llorar. Edu no pudo evitar sentirse en parte culpable por la atroz muerte que acababan de presenciar. Lo habían salvado, pero…

– Wie wussten Sie wo ich war?- La mujer levantó su mirada entre lágrimas y le contestó en español sin perder su acento nativo.

– Porque yo también los escuché como llamaban. No supe a quién, pero debí imaginar que se trataba de ti. Tienes algo especial y lo sabes aunque prefieras olvidarlo.- Ante la cara de sorpresa de Edu, ella siguió hablando- Tranquilo, sé que has visto cosas extrañas antes, aunque no se qué exactamente, pero lo noto en tu mirada. Tu aura desprende esa energía que conecta con el más allá. Desgraciadamente creo que esto es peor que cualquier encuentro anterior que hayas podido tener. Y yo también. Esto es cosa de demonios y están aquí. Debemos irnos cuanto antes, ya tendrás tiempo para contarme que te ocurrió aquella vez que te traumatizó tanto y prefieres hacer como que nunca ocurrió.

– No sé de que habla- mintió- pero estoy de acuerdo con usted de que debemos desalojar el hotel y largarnos cuanto antes.- Se acercó a la puerta por donde había venido antes y esta no se abría. Se asustó, pero aquello no le extrañó en absoluto. Miró el ascensor y luego las escaleras que subían a la primera planta de suites.- Venga conmigo. La puerta está cerrada y tenemos que subir, dar la vuelta y bajar hasta la recepción. Tengo que encontrar al vigilante y es mejor por las escaleras. No me fío del ascensor en este momento.

– ¿Y no tienes las llaves maestras para abrir todas las puertas?

– Sí, señora, pero esta puerta no tiene cerradura y no consigo moverla. Así que vamos cuanto antes, por favor.

– De acuerdo.- dijo Heike levantándose del sillón.

– Por cierto, gracias por venir a salvarme.

– No hay de qué. Siento haber provocado la muerte de mi marido porque fui yo quien le despertó para acudir. El no quería, pero insistí,…me arrepiento de haberle amenazado para que me acompañara, pero no supe tampoco lo que me iba a encontrar y me daba miedo ir sola. ¿Crees que fui egoísta con el?

Edu no supo qué contestar. Si no hubiese ido el matrimonio Kämpfer en su busca, el habría muerto y Thomas no.

– Debe dejar de lamentarse ahora y concentrarse conmigo en la huída.- Heike asintió de mala gana, se agarró a el y subían los escalones cuando de repente escucharon los gritos de una niña y un gran estruendo, que provenían de la primera planta. A donde ellos iban…

–CONTINUARÁ–


«CHECK-IN DEMON»


))WELCOME((

EL Toyo, Almería.

A las doce menos cuarto de la noche, Edu entró a paso ligero por las puertas del hotel para incorporarse a su puesto de recepcionista. El Hotel Almedina Plaza quedaba tan solo a diez minutos de su apartamento alquilado. Su afán de apurar el tiempo al máximo, casi le hace llegar tarde y no tuvo tiempo de ponerse la camisa negra de cuello Mao, así que la llevaba en la mano colgada de una percha. Tras el mostrador estaba su compañera Raquel que estaba sentada mientras terminaba de contar un fajo de billetes para cuadrar la caja del día.

– Buenas noches, Raquelilla.- Ésta levantó la vista y le regaló una sonrisa.

– Buenas noches Edu, ¿qué tal estás?

– Bien, no me puedo quejar. Vengo listo para el combate.

– Genial, porque estoy deseando largarme a mi casa.

– Vale, pues voy a pasar para adentro, me cambio y te vas a ver a tu niño.

– ¡Ay, si! Encima lo tengo malito. Anoche pasó una fiebre horrible, pero ya he estado hablando con César por WhatsApp y esta tarde ha estado mejor. El Dalsin hace milagros.- Edu se rio y entró a los despachos que había tras el mostrador. Un camarero salió de la cafetería, que estaba a la izquierda de recepción y se acercó arrastrando un cubo.

– Dame la llave de abajo para tirar la basura, anda, que ya va siendo hora de tirar para casa.- dijo. Raquel abrió un cajón y le dio lo que pedía.

– Venga Gabriel, que ya nos queda poquito.

Raquel se levantó de la silla, manipuló el teclado del ordenador e imprimió unos listados. Cuando los guardó en su sitio, Edu salió uniformado. Camisa, pantalones y zapatos negros. Parecían unas cucarachas, pero era mejor uniforme de trabajo que el que utilizaban en otros hoteles (camisa amarilla, pantalones azules y corbata blanca, por ejemplo)

– Ya estoy listo. ¿Qué tal te ha ido la tarde? ¿Tienes algo que contarme antes de marcharte? ¿Alguna novedad?- cogió el libro de actas, donde apuntaban las incidencias del día y lo abrió para echarle un vistazo.

– Pues no ha pasado nada raro. La última entrada la he tenido hará media hora. Eso sí, el cliente venía muy cansado y me decía que tenía prisa por subir a la habitación. Es extranjero. Decía que llegaba de un viaje largo y llevaba una maleta grandísima.

– ¿Qué habitación tiene?

– Hmmm…la 2301.

Edu consultó los datos en el servidor del hotel.

– Señor Edgar Williamson (y mentalmente leyó: nacido en julio de 1958, Manchester) ¿Te ha dado algún problema? Es una buena habitación con vistas a la piscina.

– No, sólo se ha mostrado un poco antipático e impaciente. Ya sabes todos los datos que tenemos que pedirles a los clientes a la llegada para realizar el check-in. No he tardado ni cinco minutos en darle la habitación.

– Ok, ¿sabes quién hay de guardia en cocina esta noche?- Se quitó las gafas y las limpiaba con un pañuelo.

– Está Nuria otra vez hoy. Jesús sigue de baja por el resbalón que se dio el otro día.- Raquel entró al despacho y salió con su bolso.- Bueno, Edu, me marcho que luego a las ocho vuelvo a cambiarte el turno.

– ¿Entras de mañana? ¡Qué putada! Pues corre a casa, pero con cuidado y descansa lo que puedas.

Raquel le dio dos besos en las mejillas para despedirse y salió por la puerta principal para coger su coche.

– ¡Hasta luego!

Ahí empezó el turno de noche más largo en la vida de Eduardo.

***

Tras limpiar la cafetería, recoger, colocar las sillas y mesas en su correspondiente lugar, los camareros le despidieron entregando la recaudación del día junto a las llaves de su departamento. Una de las camareras se quedó rezagada del resto.

– Buenas noches.-le dijo Eugenia- ¿Has visto a Gabriel?

– No, le pidió las llaves a Raquel para bajar a tirar la basura, pero no lo he vuelto a ver. Espera…- Edu abrió uno de los cajones, miró y movió la cabeza de un lado a otro.- Creo que se ha marchado con las llaves del cuarto de basuras. Se le habrá olvidado devolverlas con las prisas.

– Lo más seguro, pero no te preocupes que el entra mañana a las diez. Por si no se ha dado cuenta, le mandaré un mensaje para que las traiga.

– Ok. Ciao!- y le lanzó un beso al aire.

– Adiós guapetón, que te sea leve esta noche.

– Gracias!

2301

))2301((

Edgar había tenido un día bastante ajetreado. Tanto viaje de negocios le estaban pasando factura y sufría un constante dolor agudo en la espalda. Su sobrepeso también podía tener algo que ver con su estado de salud, pero había otro motivo que le tenía de los nervios. Mirándose al espejo del baño de la habitación de hotel en la que se acababa de alojar, abrió el grifo del lavabo y extendió sus rechonchas manos bajo el chorro de agua. Se empapó bien la cara y la nuca. Más tarde se ducharía, porque su mente no dejaba de pensar en la maleta que había traido consigo. Al entrar, la había puesto encima de la cama. Asomándose desde el baño la vio tal y como el la había dejado. ¿De verdad había merecido la pena su viaje para traer eso? Su curiosidad era máxima y aumentaba por segundos. Su jefe; el señor Richter, le había dado claras instrucciones de portar esa caja desde África hasta sus manos, sin que se le ocurriera abrirla. Reconocía que el Sr. Richter era un coleccionista extravagante, pero con él nunca jugaba al ocultismo (en ninguno de los treinta años que llevaba en el negocio) y esa prohibición le carcomía las entrañas.

Necesitaba conocer el contenido de la caja.

A paso lento se fue acercando a la cama y se colocó frente a la misma. Sacó unas pequeñas llaves de su bolsillo derecho, cogió el candado de la maleta y las introdujo haciéndolas girar. Deslizó lentamente la cremallera y abrió para ver su ropa perfectamente planchada. Tanteó por encima, levantando alguna camisa que otra y…

CRASSSS!!

Un susto de muerte se llevó. La puerta de la terraza se había abierto de golpe y porrazo haciendo que las cortinas volaran. Algunos folletos informativos que había encima del escritorio también cayeron al suelo. Casi le daba un infarto. Con cara de tonto y suspirando, se acercó para cerrar la puerta, no sin antes asomarse para ver la piscina y mirar a su alrededor. No corría ni una pizca de aire. Regresó adentro y cerró bien. De nuevo frente a la maleta, la observó. Su obsesión le hizo sacar toda la ropa y tirarla de cualquier forma encima de la cama. Ahí estaba la caja. Envuelta en un trapo sucio, y a su vez, liada con unas cuerdas desgastadas. La cogió, se sentó en el borde de la cama y la apoyó sobre su regazo. Le costó un poco de trabajo desenvolverla y ese polvo rojo que la cubría, saltaba por el aire. Comenzó a toser y el televisor se encendió con el volumen al máximo. Edgar dio un respingo que casi le hace soltar la caja.

Después de mirar con odio a la presentadora del concurso telefónico que emitían en la tele, buscó en derredor el mando del aparato. Estaba encima de la mesita de noche, pero pensó que si la tele se había encendido sola, era porque el mando de otra habitación habría provocado alguna interferencia. Algún huésped noctámbulo estaría intentando encender la caja tonta y había activado la de otra habitación sin saberlo. La mejor elección era desenchufar ese maldito cacharro. Se levantó y quitó el cable de la pared. La chirriante voz de la presentadora cesó de inmediato y el sonrió satisfecho.

Posó la caja de treinta centímetros encima del escritorio. Era preciosa. Una caja de piedra que por su aspecto, tendría unos miles de años. Los grabados en ella, apenas se podían distinguir. La erosión del tiempo había hecho mella en ella. Lo cierto es que a Edgar aquello no le importaba. Le traía al pairo la caja. El ansiaba ver lo que guardaba dentro. Solo quedaba otro problema. ¿Cómo abrir una caja sin tapa y que parece herméticamente cerrada? En uno de los laterales distinguió una inscripción apenas perceptible.

– Mannrases…What the hell means that? How can I open this fucking box? Damn, Richter!- dijo para sí mismo.

Después de cinco interminables minutos, intentando descifrar el sistema de apertura, observó que tenía un pequeño agujero. En el escritorio estaban los amenities que proporcionaba el hotel a sus huéspedes. Buscó el kit de costura, rompió el cartón y sacó la aguja. Si aquello funcionaba, su deseo de ver lo que ocultaba la caja, se haría pronto realidad. Introdujo la aguja y la caja se iluminó dejando ver los hermosos grabados que en esta había tallados, para finalmente abrirse.

Algo cambió en el ambiente de la habitación, un extraño olor se apoderó del sitio y Edgar sintió escalofríos. Pero su curiosidad era aún mayor. Dentro de la misteriosa caja había una pequeña escultura con formas femeninas. Sin pensarlo, sus manos no tardaron en cernirse  sobre la figura y la levantaron para observarla más en detalle. Quemaba. La jodida figura quemaba y la soltó.

Mientras Edgar movía la mano, la soplaba y se horrorizaba de las llagas que le salieron en la palma, la figura se estampó contra el suelo. Se partió la cabeza, pero lo más raro es que comenzó a expulsar por el cuello hueco de la figura, un humo marrón rojizo que se extendió rápidamente por toda la estancia. El suelo empezó a moverse violentamente. El pánico le hizo correr hacia la puerta, pero no consiguió abrirla. Parecía estar encerrado con un terremoto en la habitación.

– Heeeelp! Heeelp!- gritaba mientras aporreaba la puerta con la esperanza de que alguien escuchase sus gritos de socorro.

El humo comenzó a tomar una forma semihumana detrás de Edgar. Un estremecimiento le hizo darse la vuelta y fue cuando vio aquel ser de más de dos metros encorvado para no chocar con el techo. Le miraba fijamente. Al menos eso sentía, porque esa cosa llevaba una máscara de porcelana y las cuencas de los ojos parecían estar vacías. Edgar quedó paralizado de terror y boquiabierto. Le fallaron las piernas…y el esfínter. Su pedo hizo hasta eco y la bestia estalló en carcajadas. Aquello no podía ser de nuestro mundo. ¿Qué es lo que había liberado de la caja?

– What…are… you?- balbuceó.

Unos minutos más tarde, la bestia dejó de reírse. Se acercó a Edgar, le atravesó el pecho con las garras que tenía por manos y le abrió la caja torácica como si se tratara de un regalo de navidad. Esto lo hizo sin dejar de sonreír con sus labios de porcelana y los órganos se escaparon del interior de Edgar para chapotear en el charco de sangre que crecía a su alrededor. Aquel ser le dedicó unas últimas palabras.

– Mi nombre es Mannrases y soy un demonio que fue encerrado durante siglos en esa apestosa escultura. Ahora que me has liberado, tendré que recuperar parte del tiempo perdido antes de que Lucifer reclame mi presencia en su reino. Puedes sentirte afortunado de ser mi primera víctima porque tu sufrimiento acaba aquí.

– What are you talking about? I don´t under…

Mannrases se quitó la máscara, abrió sus fauces y le arrancó la cabeza de un bocado.

*******

CONTINUARÁ…


«Mi alma en un suspiro» (II)


Hoy vengo cabreado con uno de nuestros proveedores de refrescos. Siempre compruebo que el pedido recibido coincida con el albarán y me aseguré antes de decirle nada, de que estaba en lo cierto. Ha tenido la cara dura de dudar de mi palabra. Me faltaban nada mas y nada menos que 40 unidades, así que le pedí que lo contara él mismo. Se le cayó la cara de vergüenza, faltaría más. (Gente estúpida y engreída la hay por todas partes) Pidió disculpas y prometió traer mañana el resto de la mercancía.

Notas desde El espigón #2el plomo
Me lío hablando banalidades más que los cables para cargar baterías (Móviles, portátil, cámaras, disco duro externo,…) que los guardas bien enrollados en una bolsa y cuando los sacas, te toca desenredar nudos marineros.
Ayer volví del espigón a casa y Orko recibió su paseo de rigor, pero esta vez sin pelota. Tenía otras tareas que cubrir y mi madre me pilló preparando una tortilla de patatas. No la esperaba tan pronto de regreso y me dijo que solo había cerrado un momento la tienda para recoger algo que había olvidado en su habitación y volvía a abrir. Salió su vena curiosa y me preguntó que a dónde iba…y con quién. Sé que soy adulto y no tengo necesidad de dar ningún tipo de explicación, pero como no tengo nada que ocultar, se lo dije. La cara de mi señora madre, Dolores Gutiérrez Vivar, se transformó en un jeroglífico que no supe (ni tengo intención de) descifrar, en el momento que nombré a Alma. No dejaba de preguntarme detalles sobre ella ( se puede poner muy pesada) y la acabé cortando con un «sólo es una amiga». Me pidió que tuviese cuidado y antes de coger el coche, juraría que la sentí rezar…qué exagerada se vuelve en ocasiones!
Al final la visita al monumento quedó aplazada. Un ligero cambio de planes ha hecho que visitemos unas de las calas más famosas de esta tierra que me vio nacer. Fuimos a la Cala del Plomo, la cual no había pisado desde los ocho años. Tomé unas instantáneas bellísimas de esa playa tan ancha. Reímos al ver un pequeño poste de madera lleno de latas vacías con la inscripción «Ceniceros».Al entrar al agua, había unas cuantas rocas enormes repartidas por el fondo, pero el baño resultó de li más estimulante (sin medusas ni algas)
Alma no ha querido bañarse, pero no ha parado un momento de echar fotos. Creo que alguna de las veces ha disparado con su cámara en mi dirección, pero si lo ha hecho, sé que no las veré. Comí un sándwich de York y queso al salir del agua, pero ella no tenía hambre. Mientras estábamos sentados en mi toalla, revisaba las fotografías que había tomado y le pregunté a Alma si le apetecía andar un rato por el sendero del cerro que asomaba a la izquierda…no recuerdo si se llamaba Cerro del Cuartel o de la Higuera. Es un tramo que se tarda en recorrer unos veinte minutos aproximádamente, para llegar a otra cala con el nombre tan original de Cala de Enmedio. No le importaba caminar, así que nos dispusimos a ello a pesar de los 38 grados que nos freían la cabeza y todos los bártulos que llevábamos encima.
Mira que soy de aquí, pero nunca había estado y la verdad es que me dejó impresionado. Es uno de esos lugares de lis que oyes hablar mucho a la gente, pero realmente no sabes porqué hasta que lo ves en persona. Esa arena fina y prácticamente dorada que brillaba como diamantes bajo los rayos del sol, esas montañas volcánicas que la flanquean con los efectos erosivos de olas salvajes…hacen parecer que te has transportado a otro lugar del planeta. Un paraíso prohibido.
Había dos parejas más en esa cala. Una tomaba el sol y otra paseaba por la orilla totalmente desnuda. Naturaleza en estado puro, vamos. Relax absoluto.

cala de enmedio
Nuestras cámaras no cesaron de capturar imágenes inolvidables. Coloqué la toalla y puse la mochila encima. Le pedí a Alma que me acompañara por el lado izquierdo de la playa, escalando rocas y pasando por tramos en los que nos teníamos que mojar hasta las rodillas. Recordé que una vez mi padre me contó que por allí se formó una brecha natural donde quedó varado un enorme pez espada.
Eso fue hace muchos años y no pensé por un monento que iba a ver su esqueleto fosilizado, pero si llegamos hasta la brecha y no pudimos avanzar más allá. Cruzar parecía fácil, pero no tanto para regresar y caernos al agua podría resultar mortal. Bajo nuestros pies había grutas subacuáticas y ambos desconocíamos las corrientes marinas del lugar, así que decidimos quedarnos ahí un rato. Tomamos unas fotos, charlamos y volvimos a nuestro sitio. La tortilla de patatas me la comí sólo, pues Alma insistió en que había desayunado fuerte y no tenía ni pizca de hambre.
Una vez en casa, descargué la tarjeta de memoria en mi ordenador y cambié el fondo de pantalla para recordar siempre la Cala de Enmedio.
Mi madre me pidió que la llevase de compras, así que no volví de nuevo hasta casi las ocho de la tarde. Vine estresado porque mi madre remira los precios treinta veces antes de escoger el producto y echarlo al carro. Además, las colas para las cajas en Carrefour eran kilométricas. La crisis nos está matando, peto no podemos evitar seguir comprando. Ley de vida y vicio.

Me está gustando esto de escribir, oye.

Hacía más de una semana que no veía a mi amigo Alberto y me llegó su llamada mientras paseaba a Orko por el parque. Quedamos para cenar en Botania ( un bar de tapas en plena Rambla de Almería) y llegó con su rubia mujer de pelo rizado; Laura. Tras comentar con el la actualidad futbolística y las sivergüencerías de nuestros gobernantes, me dieron la mejor noticia del día: VAMOS A SER PAPÁS. Qué alegría me entró por el cuerpo. Laura me preguntó si quería ser el padrino del bebé y por supuesto que acepté. Después de cenar, salimos a celebrarlo tomando unas cervezas al pub Cibeles, aunque Laura brindase con Cola.
Una de las veces que me acerqué a pedir en la barra, conocí a una chica despampanante, con el pelo negro azabache…me pareció tan hermosa que la invité a tomar una copa. Yo ya estaba achispado y no recuerdo bien toda la conversación, pero acabé comentándole que tenía que descansar para levantarme temprano. «Me encantaría volver a verte» , le dije. Se me quedó mirando pensativa y mientras sonaba el «Live it up» de Jennifer López y Pitbull a toda pastilla, me escribió en una servilleta su teléfono…y su nombre. ¡Cómo en las películas!

Las tres horas que dormí anoche las pasé soñando con Patricia.

Continuará…


«Mi alma en un suspiro» (I)


Hola, me llamo Samuel. A partir de ahora escribiré mi día a día, tal como me ha recomendado el Dr. Zamora. Dice que esto de escribir me ayudará a salir de la depresión que sufro y que mantendrá mi mente ocupada. Entre mi trabajo en la panadería y mis hobbys supone que me tendrá distraído de pensamientos penosos. Hace un año ya que mi padre murió de cáncer, mi madre sigue sin superarlo y yo tampoco. Tuve que hacerme cargo del negocio familiar, pues mi madre no se encontraba como para atender clientes, recibir pedidos y menos para hacer los repartos con la furgoneta. «Panes Alcayde» siempre ha tenido un buen nombre en Almería y me ví en la obligación de seguir el legado, pero nunca pensé que tendría que hacerlo tan pronto. Tengo 28 años, pero llevo desde los 7 aprendiendo el oficio junto a mi padre. Cuánto echo de menos todos esos momentos que pasé junto a él en la cocina del local.

El olor a pan y bollos recién hechos a unas horas tan tempranas eran mi despertar, mientras el mundo y los gallos aún dormían. Sigue siéndolo, pero con la diferencia de que lo hago todo sólo y no es lo mismo. No lo es. Todas las mañanas a las cinco ya tengo que tener los hornos encendidos, así que me levanto a las 4 para ducharme y tomarme un café tranquilamente con mi cigarrillo en casa de mi madre. Menos mal que hace tres meses ella empezó a venir a ayudar atendiendo en la tienda. Creí que iba a volverme loco. Más aún de lo que estoy. No sé cómo se las ingenia para regalar una sonrisa a cada persona que entra por la puerta, cuando por dentro está tan destrozada como una tableta de chocolate al sol del Sáhara.

Siento la necesidad de independizarme, pero no puedo dejar a mi madre sola en una casa cuyas paredes la atrapan en una espiral de toda una vida de recuerdos. Se cambió de dormitorio porque ya no soportaba los rastros de su olor ni del vacío que mi padre antes ocupaba en su cama. Ahora con esas pastillas que nos recetó el médico, conseguimos dormir, pero en nuestros sueños seguimos teniendo la imagen de mi padre. He de permanecer a su lado. Es mi madre y la quiero.

El Dr. Zamora tuvo el detalle de regalarme este diario con funda de cuero y color marrón envejecido. Mañana comenzaré a tomar notas en él, resumiendo mi experiencia del día anterior. Espero que esto de escribir me sirva de algo y no solo para dejar pasar el tiempo.

Notas desde el espigón #1

Bueno, ha llegado el momento de manchar con más letras las páginas de este diario. Ayer me levanté a la hora de costumbre y le di su paseo matutino a mi perro. Es un chucho negro, feo y enano, pero adoro hasta el colmillo que le sobresale de la boca. Orko es un perro muy inteligente y es el único que me recibe en casa con una alegría sobrehumana. Al llegar a la panadería no dejaba de darle vueltas a qué hacer para tener algo sobre lo que escribir aquí, pero luego he pensado que no me gustaría basar mi vida en lo que vaya a escribir en este diario. No tengo ni idea de por qué me he puesto nervioso. Esto no lo leerá nadie más que yo. Es sólo para mí.

Me gusta encender la radio y escuchar algo de música mientras moldeo la masa que dejo preparada el día anterior. Recordé a mi padre, compartiendo esa mesa de trabajo, contando chistes y aconsejándome para mejorar mis técnicas. Decía que el mundo de la panadería y pastelería son un arte que se disfruta con los cinco sentidos. Por eso hay que poner cariño en todo lo que se crea en la cocina. La satisfacción del cliente es la recompensa a las cosas bien hechas. Sí; palabras así son las que me dedicaba.

Hace unos meses que conocí a Alma. Es una amiga muy especial con la que puedo desahogarme tranquilamente sin miedo a que me juzgue malamente por expresar mis sentimientos. No suelo abrirme fácilmente a la gente, pero ella es diferente. Sus consejos son pura poesía, pero lo más importante es que se le da muy bien escuchar. Compartimos la afición a la fotografía y quedamos por la tarde para capturar el casco antiguo de la ciudad con nuestras cámaras. No conversamos mucho recorriendo la calle De las Tiendas, la plaza de la Catedral, el paseo de Almería o la Rambla, pero intercambiamos sonrisas. Sólo con eso, ya éramos capaces de comunicarnos.

Sólo es una amiga, pues aunque tengamos tantos gustos en común, no me llama la atención hasta el punto de enamorarme. Creo que ella piensa lo mismo de mí. Somos como hermanos. En fin, que todo está bien como está con ella. Fue una tarde fantástica.

Cuando llegué a casa, Orko me recriminó con su mirada el hecho de haber salido a la calle sin él. Arreglé ese asuntillo dándole una vuelta por el parque. Cené con mi madre y hablamos un rato, pero al tomarnos las pastillas no tardamos en encerrarnos en nuestras habitaciones. Me puse a escribir en este diario con mucha ilusión y antes de conciliar el sueño profundo, me acordé de lo recelosa que es Alma con sus fotos. Nunca me enseña una y me dormí con la sonrisa puesta, pensando en ella.

espigon de los gatos

Cuando he acabado de realizar la ruta del reparto con la furgoneta, he aparcado en El Palmeral y he venido hasta el espigón de los gatos. Este lugar me parece perfecto para inspirarme, pues significa mucho para mí. Gran parte de los veranos de la infancia los viví en esta playa. Intentaré venir todos los días.

Además, es una maravilla poder ver el amanecer desde aquí. La mar está en calma y al fondo puedo ver dos barcos pesqueros que parecen de juguete de lo alejados que están de la orilla. Esta tarde vuelvo a ver a Alma. Nos faltó visitar uno de los monumentos más importantes de Almería: La Alcazaba.

 Notas desde El espigón #2

Continuará…


«Uno, dos,…tres.»


123– ¡Qué nerviosa estoy! No creo que pueda dormir en toda la noche. ¿Vendrán muy tarde?

Estoy con mi hermano en mi habitación del dúplex. Tengo cinco años y mi hermano tiene ya nueve. Esa noche no la quiero pasar sola. Papá me apagaba la luz y eso me da miedo.

– Cómo no te duermas, los Reyes Magos no vendrán y mandarán a los camellos para que nos destrocen la casa, se beban la leche que les hemos dejado y sólo te traerán carbón del malo. Venga, duérmete.

Iker vuelve a taparme por enésima vez con mi edredón del Correcaminos, pero me destapo nuevamente porque me me da mucho calor. Además, hay algo que me tiene intranquila.

– Iker…

– ¿Qué?

– Baltasar no va a venir, ¿verdad?

– Sí vendrá, Marta. Siempre vienen los tres juntos. ¿Es que te sigue dando miedo el rey que le llevó mirra al niño Jesús? Madre mía, con lo grande que eres ya…

Noto entonces que mi hermano quiere disuadirme de mi preocupación, pero encuentro una respuesta que me parece bastante convincente.

– Sí, soy grande y no tengo miedo. Es sólo que me da asco que siempre me manche la cara de negro cuando me besa para darme un regalo. Siendo rey, tiene que tener dinero para poder lavarse o que se bañe en un río. No sé porqué está tan sucio.

Iker empieza a reírse. ¿Se está riendo de mí? ¡Lo que me faltaba! No había nada que me diera mas rabia. Tenía que aguantar que siempre me chinchara para verme enfadada, que me culpara por haber roto cosas que había roto el, que papá me apagara la luz por las noches antes de dormirme y que mamá me obligara a comerme esas lentejas asquerosas porque tengan hierro, por mucho que yo llorase. Pero que Iker se riera de mí, no lo soportaba y no estoy dispuesta a permitírselo ahora. Así que exploto y le suelto:

– ¡Tú eres tonto!- exclamé satisfecha y con enojo. Me destapo del todo para hacerle enfadar más.

– Pues a tí no te van a traer nada los Reyes Magos, por mala y por no quere dormirte.

¡Qué rabia! ¿Por qué siempre tenía una respuesta para todo? Yo también la tengo.

– Pues yo me chivaré a Gaspar de que siempre me chinchas y que me echas la culpa de tus trastadas.

– Pues entonces, no te traerán nada por chivata. Duérmete ya, hazme el favor, que al final vas a vomitar la cena por los nervios que te entran en el estómago; como el año pasado.

– ¡Tonto! ¡A tí no te traerán nada por ser un mal hermano!

No tengo nada que hacer contra el y encima vuelve a reírse. Decido taparme, frustrada por no conseguir hacerle de rabiar. Además, temo que tenga razón con lo de vomitar, porque empiezo a sentir el estómago un poco raro. Me acuesto de lado, mirando a la pared para no ver a mi hermano en la otra cama. El apaga la luz de la mesita de noche que nos separa.

– Buenas noches, Marta. Que sueñes con los angelitos.

A buenas horas me viene con palabras bonitas el tonto este. Antes de quedarme dormida, empiezo a pensar en todo lo que yo haría con Iker si fuese su hermana mayor, me río por dentro y se me ocurre que los magos de oriente quizás puedan leer la mente. ¡Uy! Mejor me pongo a pensar en en las estrellas, la luna y en mi mamá cantándome una canción. Se me cierran los ojitos.

………………………………………………………………………………………..

– MMMMMMAAAAAHHHHHHMMMMGRDFFFF!!!!

– ¡HIJOPUTAS!

PLOM! CLACK! ZAS!

Doy un respingo de la cama y está todo oscuro. Sólo veo el despertador que marca las cuatro de la mañana. Estoy asustada. ¿Esos gritos y ruídos los había soñado o los había oído realmente? Creo que provienen de la planta baja de la casa. Miro hacia la cama de Iker y ese bulto sólo respira bajo aquella horrible manta de cuadros. Por lo visto, el no ha escuchado nada. Pero, ¿papá y mamá están bien? Me levanto y abro la puerta del dormitorio. Veo que hay luz abajo y compruebo que sigue habiendo ruído. Oigo como arrastran cosas y se ríen. Esas risas no me gustan. Me cagan de miedo y no entiendo como empiezo a bajar los escalones. Muy despacio. Con cuidado.

Me asomo al salón de estar y veo, de espaldas a tres hombres muy altos. Visten ropa andrajosa y sucia. Noto que empiezo a temblar, pero cuando veo las garras que tienen por manos, con esos dedos infinitamente largos, me quedo helada. A uno le consigo ver la cara. Me agacho sin dejar de mirar un poco más escondida tras la puerta. Ese hombre sonríe con una boca enorme y una doble hilera de dientes que parecen de tiburón. Los ojos amarillos con pupilas rojas hacen que me mee encima. El calorcito me baja de forma desagradable, manchando mis braguitas y todo el lado derecho de mi pierna hasta formar un pequeño surco en el suelo. No consigo moverme del sitio por mucho que se lo ordene a mis piernas. No puedo. No puedo moverme. Y entonces, lloro y tiemblo. No quiero que esos monstruos tan horribles me vean.

Me quedo en silencio hasta que una voz me pregunta:

-¿Y qué má viste? ¿Tienes algo más que contarme?

– Una cosa muy fea. Muy fea.

– ¿Puedes describirmelo?

– Veo el brazo de papá en el suelo y asoma tras el sillón con mucha sangre alrededor. No se mueve. Miro nuestro árbol de navidad. Hay regalos debajo y la cabeza de mamá está clavada en la copa, donde tenía que estar la estrella. Me despisto y digo en voz alta: «¿Mamá? ¿Papá?».

Me tapo la boca lo más deprisa posible, pero los tres monstruos me miran. Quiero correr, pero al intentarlo, resbalo con mi propio pipí y ya sólo hay oscuridad, silencio y miedo. Mucho miedo.

…………………………………………………………………..

– Estás temblando, Marta. Posiblemente te desmayaste. Cuando cuente hasta tres, depertarás y recordarás claramente todo lo que acabas de relatarme. Ahora tienes veinticinco años y eres madre de un hijo precioso. No dejarás que tus miedos te sigan enfermando más aún. Uno, dos,…tres.

Abrí los ojos algo confundida, pero enseguida distinguí que me encontraba recostada en el diván de la Dra. Morente. Ella estaba a mi lado y la miré. No sé qué estaba apuntando en esa libreta suya, pero no me gustó nada volver a recordar algo que creía haber enterrado en mi mente hacía veinte años. Me dieron escalofríos.

– ¿Cómo estoy, doctora?

– La verdad es que no avanzamos. En todas las sesiones, desde que te ingresaron, insistes en la existencia de unos seres monstruosos que mataron a tus padres aquella madrugada del seis de enero. Tu padre maltrataba a tu madre y tras asesinarla, se suicidó. Probablemente esas tres figuras las asocias a los magos de oriente y por eso odias ese día. No aceptas la verdad ni estando hipnotizada. Te lo has creído tanto que lo has creado como algo real dentro de tí.

Me eché a llorar como una niña pequeña. Como la que una vez fuí. No pretendía que me creyese, pero admito que tenía esperanzas. Intenté decirle algo inteligente, antes de que me volvieran a encerrar en una celda acolchada; como a los otros que estaban locos. Tan locos como yo, supuestamente. Algunos más. Sólo conseguí articular una tontería.

– ¿Mamá?….¿Papá?

………FIN

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«LA CHICA DE LA CIMITARRA Y EL DRAGÓN AZUL»


Abrí los ojos y solo sirvió para descubrir la negra oscuridad. Me encontré tumbado, rodeado de la nada más absoluta sin saber cómo demonios había llegado a parar ahí. Un leve rugido mezclado con un siseo produjo un eco tal que sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. No parecía provenir de un ser humano, desde luego, pero gracias a ello pude indicar que me hallaba en el interior de alguna cueva.

Sin moverme ni un ápice, me dispuse a hurgar en mi memoria para encontrar el motivo por el cual me hallaba en aquel lugar. ¿Qué estaba haciendo antes? Pensé en la posibilidad de que me había golpeado duramente contra el suelo, pues casi todos los huesos me dolían. Palpé y sentí que estaba encima de un montón de arena. Quizás eso me salvó de no partirme nada. También podía tratarse de que la suerte me acompañaba en el momento de caer…¡caer! ¡Eso es! Caí desde lo alto desde una considerable altura antes de levantar mis párpados. El rugido siseante del ser volvió a hacer acto de presencia. Me quedé helado nuevamente, pues ya lo había olvidado de tan ensimismado que me encontraba con mis propios pensamientos.

Me dí la vuelta y comencé a reptar intentando alejarme de donde provenía aquel sonido tan desagradable. Quizás solo fuera su respiración, pero esta vez lo oí más cerca que la anterior. Mi instinto me decía que debía moverme y así lo hice. Me incorporé un poco, a pesar del dolor que sentía, para desplazarme más rápido usando las cuatro extremidades. ¡Ay! ¡Cuatro! ¡Cuatro extremidades! Recordé que llevaba un perro conmigo. Uno fiel que aún siendo pequeñito era más valiente que yo y me defendía. ¿Pero cómo se llamaba? Algo acabado en «acho»…¿Cacho?¿Macho?¿Lacho?¡Nacho! Su nombre es Nacho. Mi pequeño perrito flacucho y marrón. Pero si iba conmigo, ¿ahora donde estaba? ¿Le habría pasado algo malo? ¡Ya está! ¡Ya sé lo que hacía antes de caer! Recorría el desierto en busca de mi hermano secuestrado por un tal Capitán Krött. El muy hijo de puta había asesinado a sangre fría a mi padre antes de llevárselo y mi madre pudo esconderse en el refugio que teníamos en casa, bajo el suelo de la cocina tan pequeña y humilde. Ahora recuerdo todo con claridad.

CHIKACHIKCHIKCHIK

¿Qué ha sido eso? Algo del tamaño de mi mano me empezó a subir por las piernas. Me detuve para atraparlo y aplastarlo con mis propias manos por el asco que me producía esa sensación. Un bicho, más bien una cucaracha bien alimentada, por el tamaño que tenía. La estrujé y sentí como el líquido de su interior esparcía su calor desde mi puño para chorrear por mi brazo entero. Era repulsivo. Sin darme cuenta, me había sentado y noté como llevaba algo alargado atado bajo mi pierna derecha. Sacudí mi mano y me limpié en mis pantalones bombachos.

Extraje aquello que me abultaba bajo las ropas. Para mi sorpresa pude descubrir que se trataba de mis enseres liados en un trapo desgastado, entre los cuales, recordé que guardaba unas dagas, un mapa casero, pescado ahumado y una gema, que al frotarla, se iluminaba. Saqué esa gema, que fue el regalo de una aguerrida viajera y valiente que me encontré por el camino.

Ella me salvó de unos árboles de belleza letal que atraían con sus flores y hojas rosadas al sediento en mitad del desierto junto a un oasis…para luego alimentarse, extrayendo la sangre del débil que creía haber encontrado esperanza. Eso me ocurrió a mi y si no llega a ser por esa chica que apareció montada en su dragón azulado, yo ya sería historia. Una que jamás se habría contado. Con su cimitarra cercenó las lianas que me atrapaban, mientras que su dragón, de curioso nombre e hizo buenas migas con Nacho, se ocupó de chamuscar el árbol.

Desorientado en aquella inmensa oscuridad, froté esa gema con toda la rapidez que mi fuerza me permitió. La luz que produjo dejaron que viesen una gran mandíbula con dientes afilados que me saludaban. Sin tiempo en el que pensar, cogí una de mis dagas y se la clavé en la barbilla. Aquello se retorció y emitió un desagradable sonido enfurecido. Se trataba de un gusano gigante desprovisto de ojos y que tenía otra hilera de dientes en la comisura de su asquerosa boca. Sus babas me cayeron por la frente y en el pecho. En algún momento de la caída debí perder mis ropajes superiores. Aproveché para levantarme y correr lo más veloz que pude, pisando algo blando. Luego descubrí que se trataba de más de esos gusanos, pero que al pisotearlos, aumentaban de tamaño. Los bichos gigantes me perseguían y yo no encontraba una salida para escapar a mi trágico final, pero debía intentarlo. Cada vez había más y los sentía aún más cerca. Otra cosa más me atacó por encima, arañando mi cabeza e intentando levantarme del suelo para alzarme al vuelo.

Se trataba de los famosos murciélagos arácnidos, de los cuales yo pensaba que solo eran leyendas. Me lo contaba mi padre, pero nunca le creí del todo. Me habló alguna vez de una cueva llena de monstruos y creo que tuve la mala suerte de caer en ella para descubrir su existencia por mí mismo. Seguí corriendo, mientras intentaban atraparme por todas partes cuando de pronto una luz desde lo alto, iluminó la cueva. Era el dragón azul. Había abierto un agujero en la arena para salvarme. La atención de los monstruos fue atraída por el, que bajó volando en picado y fue entonces cuando pude ver a la chica de la cimitarra que montaba encima, con su cimitarra en ristre, preparada para atacar.

El dragón escupió fuego por todas partes. Los gusanos ardían y los murciélagos caían como moscas ante eso, además de los mandobles que les propinaba la chica con su arma. Los partía por la mitad, les cortaba la cabeza. Era una escena horrible, pero yo me veía a salvo, por segunda vez, gracias a ella. El dragón se dirigió hacia mí y me cogió entre sus garras traseras. Salimos disparados hacia arriba y nuevamente pude ver la luz solar en pleno desierto. Dejamos atrás los rugidos siseantes y estertores de esos bichos que se quemaban en el fondo de la cueva.

Lo que más alegría me dio, una vez que pude posar mis pies en la arena, fue ver como Nacho corría hacia mí con sus ladridos y efusivos movimientos de cola. Me agaché a cogerlo y mientras me lamía toda la cara, me dí la vuelta para ver a mi salvadora. Me miraba con un poquito de odio, pero no se lo tuve en cuenta, evidentemente.

-Gracias. Gracias por salvarme nuevamente.- le dije. Ella limpió las manchas de sangre de su cimitarra, aún subida en su dragón.

– Agradéceselo a tu perro, que vino a buscarme y Donald insistió en que debíamos venir a rescatarte. No quería comerse ni una paloma, que es su alimento favorito. Se entienden muy bien entre ellos.

– Gracias de todas formas. Ahora estaría muerto si no fuese por vosotros.-Me acerqué al dragón azul y le acaricié por el hocico- Gracias por insistir, Donald. Os debo la vida.

– ¿Me dijiste tu nombre la otra vez? Es que creo que me dí un buen golpe y olvidé algunas cosas que estoy intentando recordar.- Me miró con desdén.

– Nunca te dije mi nombre. Lo que has de recordar es la misión que te propusiste de encontrar a tu hermano, pero primero me veo en la obligación de alimentaros y de paso, enseñarte algo de defensa. Te fabricaré un arco y aprenderás a manejarlo. Te ayudaré a aprender a defenderte con una espada y luego nuestros caminos volverán a separarse.

Yo asentí y Nacho se bajó de mis brazos para saltar alrededor de Donald. Parecía hacerle fiestas en agradecimiento. Así fue  y me enseñó todo lo que fuí capaz de aprender en los siguientes días. Estuvimos semanas juntos.

Un buen día, apareció Marenna Tuzwei, una mutante de dos metros y pico de alto, con una crin de caballo a modo de cabello y que usaba  también para cortar . Manejaba dos cimitarras en lugar de una. Yo acabé con mi mano izquierda cercenada, pero eso es otra historia que no sé si algún día contaré.

Escrito por Luis M. Sabio

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Este pequeño relato fue inspirado por la lectura del blog de Gissel Escudero. Es su historia y yo soñé que acababa atrapado en ella. Pedí su permiso para usarla en mi página y este ha sido el resultado.


COSAS QUE PASAN


Pleno mes de marzo y el Sol parecía escupir su fuego sobre Almería con sus 38º casi imposibles de soportar al mediodía. La humedad ambiental de la zona tampoco ayudaba demasiado y Jóse, en lugar de irse a la playa o al instituto, se encontraba sentado en soledad, esperando el autobús en la parada. Aquel chico moreno de complexión delgada, pero atlética, tenía la mirada perdida hacia el frente. Parecía observar los vehículos que afluenciaban el tráfico de la Avenida del Mediterráneo. Quizás miraba a esa madre que paseaba dirigiendo con la mano derecha un cochecito de bebé y con la izquierda a un niño de unos tres o cuatro años que no dejaba de llorar.

Cualquiera de esas suposiciones era errónea. Su mente de diecisiete años la ocupaba una desazón y tristeza desoladora, al haber recibido la llamada a horas intempestivas para el. Cuando el teléfono suena tan temprano en una casa, el corazón comienza a palpitar a mil pulsaciones porque no suelen traer buenas noticias. En este caso fue cierto y vaya si le derrumbó aquella voz que le decía que su mejor amigo, Andrés, había tenido un accidente de tráfico junto a su novia Carmen. Maldijo después la hora en que se levantó de la cama para atender el teléfono. Podía haber esperado a que alguno de sus padres lo hubiera hecho antes, pero eso ya no lo podía cambiar.

La voz de la hermana de Andrés le contó, entre sollozos, que su hermano había fallecido en el acto y que Carmen estaba ingresada de gravedad en Torrecárdenas. Apenas comprendió las palabras que siguieron a la información primera, que le describían como ocurrieron los hechos de aquella fatalidad.

«Iba llevando a Carmen a su casa de Huércal y justo en el semáforo antes de la primera rotonda del barrio, un borracho se los llevó por delante con su 4×4. Ya sabes que mi hermano es tonto, bueno, era…y no siempre se ponía el casco, con tal de no despeinarse su «pelo pincho». La policía nos ha dicho que no sufrió, pero yo estoy que me quiero morir. Por favor, en cuanto puedas vete al hospital para decirme como sigue Carmen. Su madre no me coge el teléfono y lo entiendo. Ya te puedes imaginar como están mis padres. Mi madre se desmayó y casi se nos desnuca en el pasillo, pero los reflejos de mi padre pudieron evitarlo. Dime que lo harás. Siento mucho haberte despertado así, pero eso ha pasado a las dos y media de la madrugada  y no nos enteramos hasta casi las cuatro. El cabrón hijo de puta, se largó de allí sin avisar a nadie, pero se arrepintió después e informó de lo que había pasado. Estoy que no me lo creo. Mi hermanito del alma, muerto.¡Ay, Dios mío! ¿Por qué?»

Jóse, en ese momento solo consiguió balbucear un leve «sí». Le temblaban los pies, se había puesto pálido y se asustó cuando su madre lo abrazó desde atrás. Tanto que se le cayó el teléfono y se hizo añicos contra el suelo. Se hinchó de llorar, dejándose consolar por su madre que lo cogía con fuerza y se había enterado solo a medias de lo que había pasado. Andrés estaba muerto y era algo que no podía modificarse de forma alguna. La ansiedad no le dejó relajarse hasta horas más tarde y ahí estaba, esperando el autobús porque sus padres tenían que cumplir con su trabajo y el no tenía otra manera de llegar a ver a Carmen.

Recordaba haber discutido con Andrés, por una tontería, hace dos días y ahora esos remordimientos le carcomían por dentro. La idea de no poder volver a verlo nunca más era difícil de poder asimilar. Demasiado pronto, demasiado real. Mataría usando sus propias manos desnudas a ese borracho con aires de Fernando Alonso en ese mismo instante. No podía creerlo. Pero tampoco conseguía engañarse a sí mismo.

– ¿Qué haces aquí, Jóse? ¿Otra vez vas a hacer peyas en el insti?- El se sobresaltó y luego vio que se trataba de Ángela, una amiga del barrio de Cortijo Grande, además de compañera del IES Maestro Padilla. La conocía desde que eran unos enanos, pero ahí sentado, no quería saber nada de nadie.

– ¿Y a tí que te importa?

– ¡Uy! ¿Qué te pasa? ¿Has estado llorando?¡Estás blanco como el papel!- Ángela hizo ademán de sentarse junto a el, soltando su carpeta sobre el banco y quitándose la mochila verde de Reebook.

– ¡Déjame en paz, tía! ¡Qué asco!- Ángela detuvo todas sus buenas intenciones al pretender preocuparse por su amigo.

– ¡Qué borde!¡Qué mal te has levantado hoy!

– Lárgate.- le espetó Jóse sin mirarla siquiera a la cara y con un tono de repugnancia tal, que a ella no le hicieron faltas más señales de que molestaba, aún sin haber hecho nada para merecer ese vil trato. Puso pies en polvorosa, cogiendo sus pertenencias en dirección al instituto, no sin antes dedicarle una mirada de odio y una frase para el recuerdo a la que Jóse no prestó ni la más mínima atención.

Su mente volvió a divagar mientras miraba su reloj Swatch y no dejaba de menear su pierna derecha del nerviosismo que le corroía. Miró hacia adelante y ahí estaba. ¡Maldita sea! El autobús para llegar al hospital estaba en la parada de enfrente y no en esa. ¡Qué tonto! Sin pensarlo un segundo se levantó y cruzó la carretera agitando las manos en alto mientras gritaba para intentar ser escuchado por el conductor.

Pero a quien no le dio tiempo de reaccionar fue al conductor del taxi 158. El coche hizo que Jóse volase por los aires tras un impacto contra el cristal delantero. El frenazo se escuchó en todo el barrio, pero no todo el mundo se enteraría hasta más tarde de lo que había pasado. Un golpe seco contra el asfalto reventó el interior de Jóse. Sus huesos crujieron al unísono y el dolor para el se convirtió en un pitido sordo en los oídos.

Consiguió escuchar gritos y vio figuras borrosas que se aproximaban. Las miraba desde el suelo, pero solo consiguió distinguir a Ángela por los gritos de desesperación y terror que profería. La sangre que le brotaba del cráneo lo rodeaba velozmente. Ya nada importaba.

– Perdóname. Dile a mis padres que les quiero.

– ¡No nos dejes!- gritaba Ángela y esta miró a su alrededor.-¡Que alguien llame a una ambulancia!¡Ayuda!

Ángela lloraba, pero el cerró sus ojos.

Entonces vió como su mejor amigo le extendía las manos para ayudarle a levantarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro y se dejó ayudar. Luego, la oscuridad más absoluta lo envolvió.

FIN

Escrito por Luis M. Sabio

Dedicado a todos aquellos que la leyeron en su momento.

Puri, lo prometido es deuda y está saldada.


CALOR


¡Que me aspen si sé lo que pasó! No tengo ni idea, lo juro.

23 de agosto de 2012.

Hoy he tenido turno de mañana en el trabajo. Ser el encargado de la sección de ultramarinos de un gran centro comercial puede resultar agotador, pero claro, cada puesto tiene su propia cruz y hay que llevarla a cuestas con orgullo y ahínco. hay que ser constante y no te puede fallar la memoria (ni la calculadora).

Estar a punto de casarse es como subirse a una montaña rusa por más de un año y todo esto se mezcla con las obligaciones que uno ya lleva a diario. Silvia está muy nerviosa con los preparativos y a falta de dos meses para nuestro enlace, resulta que ahora le tienen que arreglar el vestido elegido porque, por muy supersticiosa que sea, la dieta Dukan le ha funcionado de maravilla. La verdad es que se me ha quedado muy estilizada y le he regañado para que no pierda más peso, no por su vestido, sino por su salud. Que yo la amo y amaré igual, pero cuando la abrace, quiero sentirla. ¡Qué seca se me ha quedado! Ese problema lo arreglaremos con nuestro viaje a Nueva York. Allí hay mucha comida basura y encontraremos el equilibrio. Yo también estoy algo histérico, pero no quiero agobiarla con esas cosillas.

Nunca me he preguntado si ella leerá mi diario, pero si lo hace, sólo verá amor. El amor que siento por ella. Todo mi corazón, relleno de ella y con eso me basta. Siete años de noviazgo es un tiempo en el que conoces bien al otro, pero Silvia siempre consigue sorprenderme.

Llegué a nuestra casa de Aguadulce y me encontré su nota en la nevera (como sabe que me gusta una cervecita al volver de la jornada). Ha salido con su hermana Inés  a comprar unas cosas y a que le tomen las nuevas medidas del vestido, así que tardará en llegar a casa porque su hermana la lía y ella se deja.  Prepararé la cena para cuando llegue y que repose esos pies en alto mientras nos reímos con los vecinos de la tele.

Nunca he querido…¡Vaya! Han tocado al timbre.No puede ser ella tan pronto, que sólo son las 17:30.

25 de agosto de 2012.

No sé ni por dónde empezar, ésto es lo más extraño que me ha pasado en la vida. Aún tiemblo al recordar y ni siquiera sé si quiero hacerlo. Anteayer quién tocó al timbre de casa fue mi prima Irina. Prima política en realidad, pues es la esposa de mi primo Luis, con la que tiene dos hijas preciosas.

Bueno, el caso es que cuando le abrí, me sorprendí en demasía. No solía visitarnos aquí por eso de que da pereza coger el coche y venir desde Almería. Venía llorando y agarrándose de los pelos con tanta fuerza que parecía que iba a arrancárselos. Entró al portal, pero no  entró en casa, se quedaba en la puerta. La invitaba a entrar y ella se negaba. Los nervios se la comían. Le pregunté que qué era lo que pasaba, pues yo me imaginaba algo horrible y esta vez odié mi imaginación hasta tal punto de querer enterrarla a pisotones.

Primero me dijo que tenía mucha prisa y luego que alguien se había llevado a sus niñas mientras estaban en el parque que hay junto a su urbanización. Me quedé muerto. Pero mis preguntas ininteligibles de descifrar se unían a su desesperación de querer explicar algo que yo no entendía.

Me dijo que quienes se las llevaron, me querían a mí. Que tenía que irme con ella y que no podía hablar con su marido, ni la policía, ni  con nadie más que conmigo. Que no le dieron explicaciones de por qué a mí, pero que si no lo hacía, jamás volvería a ver a sus hijas. Sin pensarlo, cogí las llaves de casa y seguí a mi prima hasta la calle. Del móvil me acordé más tarde…

A partir de ahí, no tengo claro que me sea fácil volver a conciliar el sueño. Corría tras ella hacia la calle y se dirigió a una furgoneta blanca que tenía los cristales tintados. Irina abrió la puerta lateral, que era de estas correderas y se dio la vuelta para indicarme que entrara tras ella. Su cara seguía desencajada mientras subía y yo, sin dudar, entré tras ella  y la puerta se cerró automáticamente. El susto que me dí fue épico.

Por fuera, la furgoneta parecía estar limpia, pero por dentro era un estercolero. No había asientos,la cabina del conductor y copiloto no se podían ver, pues estaba sellada. El suelo metálico estaba sucio, lleno de tierra, arena y otras porquerías. En el techo había unas barras transversales de dónde colgaban algunos ganchos y dos o tres huesos de jamón con moscas. El olor era petulante y horroroso, pero en ese instante me acuciaban otros problemas más grandes y me senté de culo al lado de mi prima cuando arrancaron la furgoneta de golpe.

Casi me gano una hostia de Irina, pues entre su nerviosismo y el mío disparándola con preguntas que no podía ni sabía contestar, le estaba dando un síncope como mínimo. En resumen, no sabíamos a dónde íbamos. Más bien a dónde nos llevaban, era un sin vivir el no saberlo y desconocer el estado de mis sobrinas. Pero, ¿qué querían de mí esa gente? Eso me estaba matando y cuando fui a echar mano del móvil, me dí cuenta de que lo había olvidado. Silvia quedaría preocupada si no estaba en casa  al regresar de las compras. Tampoco tendría forma de localizarme. Nos estaban secuestrando «voluntariamente».

Después de casi una hora de viaje aguantando baches y curvas, el calor se estaba haciendo insoportable. Aquello era peor que un tíovivo escacharrado que no pudiera detenerse. Algunas veces, las curvas eran tan pronunciadas, que nos golpeábamos contra las paredes del coche y entre nosotros mismos. Ayudé a mi prima a levantarse con dificultad, para agarrarnos de las barras metálicas del techo. Jamás había pasado tanta sed en mi vida. Irina parecía estar a punto de desmayarse, pero yo la sostenía con mi brazo derecho mientras me agarraba a una de las barras con la otra.

El caso es que no recuerdo nada más de ese viaje tan agobiante. Lo siguiente fue encontrarme en una habitación de hormigón, atado con cadenas a la pared, el suelo completo de arena y completamente desnudo. Irina estaba en mi misma situación, pero en la pared de mi izquierda. Por un momento recordé aquella película tan terrorífica en la que salía una marioneta por una pantalla invitándoles a participar en un macabro juego sin tener otras opciones.

Llamé a mi prima mil veces hasta casi quedarme sin voz. Pedí auxilio y preguntaba con el poco aire que había: «¿Qué queréis de mí? «»Dejad que ella se marche con las niñas», pero no obtenía respuesta alguna. Lo intentaba todo; tirar de la cadena, golpearla con mis pies desnudos hasta ensangrentarme con los grilletes que tenía puestos en mis muñecas y tobillos. No alcanzaba a llegar hasta Irina, pero al menos se movía al son de una respiración. Estaba viva.

En uno de los momentos, creo que perdí el conocimento, pues desperté sobresaltado con un sonido familiar. Miré a mi alrededor y frente a mí había una pequeña ventana. No era posible lo que mis oídos escuchaban. Miré a mi izquierda y mi prima ya no estaba. ¿Qué estaba pasando? Me levanté con mucho esfuerzo, pues estaba agotado, el sudor me corría por todo el cuerpo y la arena se me pegaba por todas partes. Y se metía por donde se le antojaba, claro. Incómodo al máximo y mi garganta estaba más seca que un desierto en pleno verano. ¡Qué sed, por favor! Me intentaba apartar el flequillo de la cara y me la llenaba de arena. Conseguí llegar hasta la mitad de aquella habitación, un zulo especial, diría yo. El sonido familiar no dejaba de oírse, así que no era producto de mi imaginación, ¿o sí?

A duras penas pude ver por esa pequeña ventanilla, una cocina antigua y a una señora haciendo un puchero mientras cantaba «Fumando espero». Esa señora era mi abuela…mi abuela muerta desde hacía cinco años. Quedé estupefacto, pero mi voz cambiada la llamaba pidiendo auxilio. No podía ser real, pero tenía que intentarlo. Al agacharme para coger arena y lanzar un poco hacia el cristal para llamar su atención fue todo cuanto se me ocurrió. Al hacerlo, ví que tenía el brazo lleno de agujeritos. Me habían pinchado y el otro brazo estaba igual. ¿Qué estaban haciendo conmigo? Quizás me estaban drogando, pero aún no lo sé y mi abuela seguía cocinando alegremente sin percatarse de mí.

Por lo visto, volví a dormirme…o a desmayarme. Tenía un hambre y una sed terribles. Mi abuela había dejado de cantar. El calor se estaba haciendo cada vez más insoportable.  Pensé seriamente en arrancarme una  muñeca a mordiscos para soltarme, pero pensé en que luego no podría hacer nada más para poder liberarme. No había puertas, sólo esa ventana pequeña, un cuadrado enrejado en el techo y un agujerito en la pared derecha. Antes de percatarme de él por el haz de luz que dejaba entrar, alumbrando el lugar donde antes estuvo Irina…mi cuerpo se descompuso y prefiero no entrar en detalles. Sólo de recordarlo, me vuelven las arcadas por el olor tan peculiar que provoqué y ni siquiera yo mismo me podía limpiar. La puta arena seguía pegándose aún más a mi cuerpo y yo mismo me recordaba ya a los huesos de jamón que había colgados en la furgoneta: Echando peste y lleno de moscas. No sabía cuanto tiempo llevaba allí, pero parecía toda una vida. ¿Estaría muerto y no me habían informado aún?

Eché un vistazo por aquel agujerito de la pared y parecía un poblado del oeste en mitad del desierto almeriense. ¿Estaba en Tabernas? Podía ver la fachada del Saloon con el bebedero para caballos en la entrada. De pronto, aparecieron una joven pareja al lado de un poste. Yo grité pidiendo ayuda, pero ellos debieron de asustarse, pues mi grito parecía más bien un rugido de palabras inconexas y sin sentido. Miraron a su alrededor y la chica parecía decirle algo al muchacho. Con las mismas, éstos volvieron a desaparecer…

Tenía que ser la sed. Estaba delirando, pues no encuentro otra explicación a esto. La siguiente vez que desperté,fue por culpa de una ola. Me encontré en la orilla de la  playa de El Mónsul. Me metí en el agua para refrescarme un poco. Para volver a casa, pasé toda una odisea, pero conseguí una toalla prestada por unos turistas y me acerqué andando hasta el pueblo de San José. En un chiringuito, me dejaron hacer una llamada y lo hice. Llamé a Silvia, que vino a por mí. Decía que llevaba más de veinticuatro horas fuera.  A mi me parecieron muchas, muchas más.

Me llevó a urgencias, pues Silvia me decía que tenía heridas hasta por las espaldas y allí no supieron decirme de qué se trataba exactamente. Le pedí el móvil a mi futura esposa para llamar a mi prima, para saber como estaban ella y sus hijas. Cuando me contestó que estaban muy bien y me dio las gracias por llamar después de tanto tiempo, me quedé de piedra. Le pregunté si no había venido ella a mi casa hace unos días y me dijo que yo me había fumado algo. Que no nos veíamos de hacía por lo menos dos semanas en casa de mi tía. Su suegra, vamos. Cuando colgué, no supe reaccionar y Silvia me trajo como si fuera yo un zombi a casa.

Me he hinchado de comer y beber todo lo que se me ha antojado. He arrasado con la nevera y me he puesto con mi diario personal…pero esto no puedo contárselo a nadie. Al fin y al cabo, mi prima está bien, mis sobrinas también y yo…bueno, yo sigo vivo.

No volveré a hablar de esto con nadie, pero tras hablar con Irina por teléfono, cada vez que Silvia me pregunte por lo que pasó le diré:

¡Que me aspen si sé lo que pasó! No tengo ni idea, lo juro.

>>>>FIN<<<<

Escrito por Luis M. Sabio