Matando moscas con el rabo

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COSAS QUE PASAN


Pleno mes de marzo y el Sol parecía escupir su fuego sobre Almería con sus 38º casi imposibles de soportar al mediodía. La humedad ambiental de la zona tampoco ayudaba demasiado y Jóse, en lugar de irse a la playa o al instituto, se encontraba sentado en soledad, esperando el autobús en la parada. Aquel chico moreno de complexión delgada, pero atlética, tenía la mirada perdida hacia el frente. Parecía observar los vehículos que afluenciaban el tráfico de la Avenida del Mediterráneo. Quizás miraba a esa madre que paseaba dirigiendo con la mano derecha un cochecito de bebé y con la izquierda a un niño de unos tres o cuatro años que no dejaba de llorar.

Cualquiera de esas suposiciones era errónea. Su mente de diecisiete años la ocupaba una desazón y tristeza desoladora, al haber recibido la llamada a horas intempestivas para el. Cuando el teléfono suena tan temprano en una casa, el corazón comienza a palpitar a mil pulsaciones porque no suelen traer buenas noticias. En este caso fue cierto y vaya si le derrumbó aquella voz que le decía que su mejor amigo, Andrés, había tenido un accidente de tráfico junto a su novia Carmen. Maldijo después la hora en que se levantó de la cama para atender el teléfono. Podía haber esperado a que alguno de sus padres lo hubiera hecho antes, pero eso ya no lo podía cambiar.

La voz de la hermana de Andrés le contó, entre sollozos, que su hermano había fallecido en el acto y que Carmen estaba ingresada de gravedad en Torrecárdenas. Apenas comprendió las palabras que siguieron a la información primera, que le describían como ocurrieron los hechos de aquella fatalidad.

«Iba llevando a Carmen a su casa de Huércal y justo en el semáforo antes de la primera rotonda del barrio, un borracho se los llevó por delante con su 4×4. Ya sabes que mi hermano es tonto, bueno, era…y no siempre se ponía el casco, con tal de no despeinarse su «pelo pincho». La policía nos ha dicho que no sufrió, pero yo estoy que me quiero morir. Por favor, en cuanto puedas vete al hospital para decirme como sigue Carmen. Su madre no me coge el teléfono y lo entiendo. Ya te puedes imaginar como están mis padres. Mi madre se desmayó y casi se nos desnuca en el pasillo, pero los reflejos de mi padre pudieron evitarlo. Dime que lo harás. Siento mucho haberte despertado así, pero eso ha pasado a las dos y media de la madrugada  y no nos enteramos hasta casi las cuatro. El cabrón hijo de puta, se largó de allí sin avisar a nadie, pero se arrepintió después e informó de lo que había pasado. Estoy que no me lo creo. Mi hermanito del alma, muerto.¡Ay, Dios mío! ¿Por qué?»

Jóse, en ese momento solo consiguió balbucear un leve «sí». Le temblaban los pies, se había puesto pálido y se asustó cuando su madre lo abrazó desde atrás. Tanto que se le cayó el teléfono y se hizo añicos contra el suelo. Se hinchó de llorar, dejándose consolar por su madre que lo cogía con fuerza y se había enterado solo a medias de lo que había pasado. Andrés estaba muerto y era algo que no podía modificarse de forma alguna. La ansiedad no le dejó relajarse hasta horas más tarde y ahí estaba, esperando el autobús porque sus padres tenían que cumplir con su trabajo y el no tenía otra manera de llegar a ver a Carmen.

Recordaba haber discutido con Andrés, por una tontería, hace dos días y ahora esos remordimientos le carcomían por dentro. La idea de no poder volver a verlo nunca más era difícil de poder asimilar. Demasiado pronto, demasiado real. Mataría usando sus propias manos desnudas a ese borracho con aires de Fernando Alonso en ese mismo instante. No podía creerlo. Pero tampoco conseguía engañarse a sí mismo.

– ¿Qué haces aquí, Jóse? ¿Otra vez vas a hacer peyas en el insti?- El se sobresaltó y luego vio que se trataba de Ángela, una amiga del barrio de Cortijo Grande, además de compañera del IES Maestro Padilla. La conocía desde que eran unos enanos, pero ahí sentado, no quería saber nada de nadie.

– ¿Y a tí que te importa?

– ¡Uy! ¿Qué te pasa? ¿Has estado llorando?¡Estás blanco como el papel!- Ángela hizo ademán de sentarse junto a el, soltando su carpeta sobre el banco y quitándose la mochila verde de Reebook.

– ¡Déjame en paz, tía! ¡Qué asco!- Ángela detuvo todas sus buenas intenciones al pretender preocuparse por su amigo.

– ¡Qué borde!¡Qué mal te has levantado hoy!

– Lárgate.- le espetó Jóse sin mirarla siquiera a la cara y con un tono de repugnancia tal, que a ella no le hicieron faltas más señales de que molestaba, aún sin haber hecho nada para merecer ese vil trato. Puso pies en polvorosa, cogiendo sus pertenencias en dirección al instituto, no sin antes dedicarle una mirada de odio y una frase para el recuerdo a la que Jóse no prestó ni la más mínima atención.

Su mente volvió a divagar mientras miraba su reloj Swatch y no dejaba de menear su pierna derecha del nerviosismo que le corroía. Miró hacia adelante y ahí estaba. ¡Maldita sea! El autobús para llegar al hospital estaba en la parada de enfrente y no en esa. ¡Qué tonto! Sin pensarlo un segundo se levantó y cruzó la carretera agitando las manos en alto mientras gritaba para intentar ser escuchado por el conductor.

Pero a quien no le dio tiempo de reaccionar fue al conductor del taxi 158. El coche hizo que Jóse volase por los aires tras un impacto contra el cristal delantero. El frenazo se escuchó en todo el barrio, pero no todo el mundo se enteraría hasta más tarde de lo que había pasado. Un golpe seco contra el asfalto reventó el interior de Jóse. Sus huesos crujieron al unísono y el dolor para el se convirtió en un pitido sordo en los oídos.

Consiguió escuchar gritos y vio figuras borrosas que se aproximaban. Las miraba desde el suelo, pero solo consiguió distinguir a Ángela por los gritos de desesperación y terror que profería. La sangre que le brotaba del cráneo lo rodeaba velozmente. Ya nada importaba.

– Perdóname. Dile a mis padres que les quiero.

– ¡No nos dejes!- gritaba Ángela y esta miró a su alrededor.-¡Que alguien llame a una ambulancia!¡Ayuda!

Ángela lloraba, pero el cerró sus ojos.

Entonces vió como su mejor amigo le extendía las manos para ayudarle a levantarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro y se dejó ayudar. Luego, la oscuridad más absoluta lo envolvió.

FIN

Escrito por Luis M. Sabio

Dedicado a todos aquellos que la leyeron en su momento.

Puri, lo prometido es deuda y está saldada.