Matando moscas con el rabo

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CALOR


¡Que me aspen si sé lo que pasó! No tengo ni idea, lo juro.

23 de agosto de 2012.

Hoy he tenido turno de mañana en el trabajo. Ser el encargado de la sección de ultramarinos de un gran centro comercial puede resultar agotador, pero claro, cada puesto tiene su propia cruz y hay que llevarla a cuestas con orgullo y ahínco. hay que ser constante y no te puede fallar la memoria (ni la calculadora).

Estar a punto de casarse es como subirse a una montaña rusa por más de un año y todo esto se mezcla con las obligaciones que uno ya lleva a diario. Silvia está muy nerviosa con los preparativos y a falta de dos meses para nuestro enlace, resulta que ahora le tienen que arreglar el vestido elegido porque, por muy supersticiosa que sea, la dieta Dukan le ha funcionado de maravilla. La verdad es que se me ha quedado muy estilizada y le he regañado para que no pierda más peso, no por su vestido, sino por su salud. Que yo la amo y amaré igual, pero cuando la abrace, quiero sentirla. ¡Qué seca se me ha quedado! Ese problema lo arreglaremos con nuestro viaje a Nueva York. Allí hay mucha comida basura y encontraremos el equilibrio. Yo también estoy algo histérico, pero no quiero agobiarla con esas cosillas.

Nunca me he preguntado si ella leerá mi diario, pero si lo hace, sólo verá amor. El amor que siento por ella. Todo mi corazón, relleno de ella y con eso me basta. Siete años de noviazgo es un tiempo en el que conoces bien al otro, pero Silvia siempre consigue sorprenderme.

Llegué a nuestra casa de Aguadulce y me encontré su nota en la nevera (como sabe que me gusta una cervecita al volver de la jornada). Ha salido con su hermana Inés  a comprar unas cosas y a que le tomen las nuevas medidas del vestido, así que tardará en llegar a casa porque su hermana la lía y ella se deja.  Prepararé la cena para cuando llegue y que repose esos pies en alto mientras nos reímos con los vecinos de la tele.

Nunca he querido…¡Vaya! Han tocado al timbre.No puede ser ella tan pronto, que sólo son las 17:30.

25 de agosto de 2012.

No sé ni por dónde empezar, ésto es lo más extraño que me ha pasado en la vida. Aún tiemblo al recordar y ni siquiera sé si quiero hacerlo. Anteayer quién tocó al timbre de casa fue mi prima Irina. Prima política en realidad, pues es la esposa de mi primo Luis, con la que tiene dos hijas preciosas.

Bueno, el caso es que cuando le abrí, me sorprendí en demasía. No solía visitarnos aquí por eso de que da pereza coger el coche y venir desde Almería. Venía llorando y agarrándose de los pelos con tanta fuerza que parecía que iba a arrancárselos. Entró al portal, pero no  entró en casa, se quedaba en la puerta. La invitaba a entrar y ella se negaba. Los nervios se la comían. Le pregunté que qué era lo que pasaba, pues yo me imaginaba algo horrible y esta vez odié mi imaginación hasta tal punto de querer enterrarla a pisotones.

Primero me dijo que tenía mucha prisa y luego que alguien se había llevado a sus niñas mientras estaban en el parque que hay junto a su urbanización. Me quedé muerto. Pero mis preguntas ininteligibles de descifrar se unían a su desesperación de querer explicar algo que yo no entendía.

Me dijo que quienes se las llevaron, me querían a mí. Que tenía que irme con ella y que no podía hablar con su marido, ni la policía, ni  con nadie más que conmigo. Que no le dieron explicaciones de por qué a mí, pero que si no lo hacía, jamás volvería a ver a sus hijas. Sin pensarlo, cogí las llaves de casa y seguí a mi prima hasta la calle. Del móvil me acordé más tarde…

A partir de ahí, no tengo claro que me sea fácil volver a conciliar el sueño. Corría tras ella hacia la calle y se dirigió a una furgoneta blanca que tenía los cristales tintados. Irina abrió la puerta lateral, que era de estas correderas y se dio la vuelta para indicarme que entrara tras ella. Su cara seguía desencajada mientras subía y yo, sin dudar, entré tras ella  y la puerta se cerró automáticamente. El susto que me dí fue épico.

Por fuera, la furgoneta parecía estar limpia, pero por dentro era un estercolero. No había asientos,la cabina del conductor y copiloto no se podían ver, pues estaba sellada. El suelo metálico estaba sucio, lleno de tierra, arena y otras porquerías. En el techo había unas barras transversales de dónde colgaban algunos ganchos y dos o tres huesos de jamón con moscas. El olor era petulante y horroroso, pero en ese instante me acuciaban otros problemas más grandes y me senté de culo al lado de mi prima cuando arrancaron la furgoneta de golpe.

Casi me gano una hostia de Irina, pues entre su nerviosismo y el mío disparándola con preguntas que no podía ni sabía contestar, le estaba dando un síncope como mínimo. En resumen, no sabíamos a dónde íbamos. Más bien a dónde nos llevaban, era un sin vivir el no saberlo y desconocer el estado de mis sobrinas. Pero, ¿qué querían de mí esa gente? Eso me estaba matando y cuando fui a echar mano del móvil, me dí cuenta de que lo había olvidado. Silvia quedaría preocupada si no estaba en casa  al regresar de las compras. Tampoco tendría forma de localizarme. Nos estaban secuestrando «voluntariamente».

Después de casi una hora de viaje aguantando baches y curvas, el calor se estaba haciendo insoportable. Aquello era peor que un tíovivo escacharrado que no pudiera detenerse. Algunas veces, las curvas eran tan pronunciadas, que nos golpeábamos contra las paredes del coche y entre nosotros mismos. Ayudé a mi prima a levantarse con dificultad, para agarrarnos de las barras metálicas del techo. Jamás había pasado tanta sed en mi vida. Irina parecía estar a punto de desmayarse, pero yo la sostenía con mi brazo derecho mientras me agarraba a una de las barras con la otra.

El caso es que no recuerdo nada más de ese viaje tan agobiante. Lo siguiente fue encontrarme en una habitación de hormigón, atado con cadenas a la pared, el suelo completo de arena y completamente desnudo. Irina estaba en mi misma situación, pero en la pared de mi izquierda. Por un momento recordé aquella película tan terrorífica en la que salía una marioneta por una pantalla invitándoles a participar en un macabro juego sin tener otras opciones.

Llamé a mi prima mil veces hasta casi quedarme sin voz. Pedí auxilio y preguntaba con el poco aire que había: «¿Qué queréis de mí? «»Dejad que ella se marche con las niñas», pero no obtenía respuesta alguna. Lo intentaba todo; tirar de la cadena, golpearla con mis pies desnudos hasta ensangrentarme con los grilletes que tenía puestos en mis muñecas y tobillos. No alcanzaba a llegar hasta Irina, pero al menos se movía al son de una respiración. Estaba viva.

En uno de los momentos, creo que perdí el conocimento, pues desperté sobresaltado con un sonido familiar. Miré a mi alrededor y frente a mí había una pequeña ventana. No era posible lo que mis oídos escuchaban. Miré a mi izquierda y mi prima ya no estaba. ¿Qué estaba pasando? Me levanté con mucho esfuerzo, pues estaba agotado, el sudor me corría por todo el cuerpo y la arena se me pegaba por todas partes. Y se metía por donde se le antojaba, claro. Incómodo al máximo y mi garganta estaba más seca que un desierto en pleno verano. ¡Qué sed, por favor! Me intentaba apartar el flequillo de la cara y me la llenaba de arena. Conseguí llegar hasta la mitad de aquella habitación, un zulo especial, diría yo. El sonido familiar no dejaba de oírse, así que no era producto de mi imaginación, ¿o sí?

A duras penas pude ver por esa pequeña ventanilla, una cocina antigua y a una señora haciendo un puchero mientras cantaba «Fumando espero». Esa señora era mi abuela…mi abuela muerta desde hacía cinco años. Quedé estupefacto, pero mi voz cambiada la llamaba pidiendo auxilio. No podía ser real, pero tenía que intentarlo. Al agacharme para coger arena y lanzar un poco hacia el cristal para llamar su atención fue todo cuanto se me ocurrió. Al hacerlo, ví que tenía el brazo lleno de agujeritos. Me habían pinchado y el otro brazo estaba igual. ¿Qué estaban haciendo conmigo? Quizás me estaban drogando, pero aún no lo sé y mi abuela seguía cocinando alegremente sin percatarse de mí.

Por lo visto, volví a dormirme…o a desmayarme. Tenía un hambre y una sed terribles. Mi abuela había dejado de cantar. El calor se estaba haciendo cada vez más insoportable.  Pensé seriamente en arrancarme una  muñeca a mordiscos para soltarme, pero pensé en que luego no podría hacer nada más para poder liberarme. No había puertas, sólo esa ventana pequeña, un cuadrado enrejado en el techo y un agujerito en la pared derecha. Antes de percatarme de él por el haz de luz que dejaba entrar, alumbrando el lugar donde antes estuvo Irina…mi cuerpo se descompuso y prefiero no entrar en detalles. Sólo de recordarlo, me vuelven las arcadas por el olor tan peculiar que provoqué y ni siquiera yo mismo me podía limpiar. La puta arena seguía pegándose aún más a mi cuerpo y yo mismo me recordaba ya a los huesos de jamón que había colgados en la furgoneta: Echando peste y lleno de moscas. No sabía cuanto tiempo llevaba allí, pero parecía toda una vida. ¿Estaría muerto y no me habían informado aún?

Eché un vistazo por aquel agujerito de la pared y parecía un poblado del oeste en mitad del desierto almeriense. ¿Estaba en Tabernas? Podía ver la fachada del Saloon con el bebedero para caballos en la entrada. De pronto, aparecieron una joven pareja al lado de un poste. Yo grité pidiendo ayuda, pero ellos debieron de asustarse, pues mi grito parecía más bien un rugido de palabras inconexas y sin sentido. Miraron a su alrededor y la chica parecía decirle algo al muchacho. Con las mismas, éstos volvieron a desaparecer…

Tenía que ser la sed. Estaba delirando, pues no encuentro otra explicación a esto. La siguiente vez que desperté,fue por culpa de una ola. Me encontré en la orilla de la  playa de El Mónsul. Me metí en el agua para refrescarme un poco. Para volver a casa, pasé toda una odisea, pero conseguí una toalla prestada por unos turistas y me acerqué andando hasta el pueblo de San José. En un chiringuito, me dejaron hacer una llamada y lo hice. Llamé a Silvia, que vino a por mí. Decía que llevaba más de veinticuatro horas fuera.  A mi me parecieron muchas, muchas más.

Me llevó a urgencias, pues Silvia me decía que tenía heridas hasta por las espaldas y allí no supieron decirme de qué se trataba exactamente. Le pedí el móvil a mi futura esposa para llamar a mi prima, para saber como estaban ella y sus hijas. Cuando me contestó que estaban muy bien y me dio las gracias por llamar después de tanto tiempo, me quedé de piedra. Le pregunté si no había venido ella a mi casa hace unos días y me dijo que yo me había fumado algo. Que no nos veíamos de hacía por lo menos dos semanas en casa de mi tía. Su suegra, vamos. Cuando colgué, no supe reaccionar y Silvia me trajo como si fuera yo un zombi a casa.

Me he hinchado de comer y beber todo lo que se me ha antojado. He arrasado con la nevera y me he puesto con mi diario personal…pero esto no puedo contárselo a nadie. Al fin y al cabo, mi prima está bien, mis sobrinas también y yo…bueno, yo sigo vivo.

No volveré a hablar de esto con nadie, pero tras hablar con Irina por teléfono, cada vez que Silvia me pregunte por lo que pasó le diré:

¡Que me aspen si sé lo que pasó! No tengo ni idea, lo juro.

>>>>FIN<<<<

Escrito por Luis M. Sabio